Aún no me había especializado en esquivar y tratar de salir indemne de este juego de indiferencias muy torpemente simuladas. Era inocente en mi ahora manida tristeza. Era de todo menos lo que soy. Aún tenía recursos y artimañas para hacer a un lado la noche e iluminarme las sonrisas. Tú poco habías aprendido de mí y todavía no creías haber conquistado mi conocimiento.
Que sucias han quedado las mantas guardadas, pero tienes la entereza, toda, que a mí se me ha escapado, para enseñar las manos y confesar tu falta, sin necesidad de arrepentimiento, sabiéndote dueño de la cordura, toda, que he dejado por ahí desperdigada.
Y es que es la necesidad de crecer... la que nos deja fuera de nuestra zona de confort... esos B.
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