miércoles, 28 de agosto de 2013

Torpe ingenuidad

Vino sigiloso y directo a mi diana. Sorprendida, a medias, y totalmente dispuesta, le dejé la puerta entreabierta. Mientras, con ojos astutos, calibraba sus pasos. 
Cuando, por fin, acudió la certeza, le permití llegar; más que eso, lo invité a todo sin palabras de más. Así, entre farolas y calles dormidas, me regaló su risa y supe que había llegado la hora de la alegría. Dejé caer mi dulzura en sus ojos mientras nos resbalábamos cara a la novedad de nuestras acciones. Continuamos. Cada vez más cegados y más alejados de nuestra entereza. Y, por último, nos mentimos diciéndonos con hambre que el tiempo no importaba.
Y volví a las noches de insomnio
y de duda.
Pero el tiempo golpeó a la mañana siguiente, y en las sucesivas; porque, quizás lo que nace de las sombras no tenga cabida en nuestras días soleados.

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